Joker (2019) trata sobre cómo lidiamos con el exceso: de basura, de soledad, de ideología, de dolor, de trauma (y de SoCiEdAd). Enfrentamos todo esto con el “acto” en su sentido histriónico. No es casualidad que siempre que Arthur Fleck experimenta algo traumático necesite bailar retorcidamente; lo mismo ocurre con el “acto” político que Thomas Wayne debe hacer en el filme. El “acto” que realizará Bruce Wayne para enfrentar la muerte de sus padres será caracterizarse como murciélago.
Nos ponemos una máscara para ocultar nuestra dimensión monstruosa. En Bride of Frankenstein (1935) una escena ejemplifica maravillosamente el dilema. El Dr. Frankenstein fabrica una novia para su monstruo. En un punto de la película, vemos cómo ella mira con curiosidad mientras la criatura se acerca. A medida que eso ocurre, las costuras que unen los cadáveres que conforman el cuerpo de la criatura se vuelven evidentes y su cabeza revela su deformidad. Entonces, la mujer que había sido creada para acompañarlo huye despavorida ante su cercanía. La lejanía es la máscara que oculta nuestro yo terrible y vergonzoso.
El “súper” de superhéroes y supervillanos se expresa inevitablemente. Joker no es otra cosa que una crónica de cómo la máscara del pobre Arthur se rompe y libera su dimensión monstruosa. Escena tras escena, la fachada humana se agrieta y deja escapar risas y episodios violentos hasta que el “acto” se apodera totalmente del personaje para transformarse en Joker.
Es la fórmula clásica del superhéroe y el supervillano: un evento traumático en su vida los empuja al exceso. Un Batman lidia con ese “extra” actuando como un personaje en favor del orden ideológico (su disfraz es de murciélago, su código moral, una especie de guía para no salirse del personaje, etcétera). El acto del Guasón, por el contrario, consiste en trastocar dicho estado —introducir el caos. Desde este punto de vista, todos los superhéroes son reaccionarios que buscan mantener a toda costa el orden establecido, mientras que los villanos representan figuras necesariamente revolucionarias. No es ninguna casualidad que Estados Unidos sea la cuna de esta dinámica.
Aquí radica el problema de Joker: al final, no deja de ser una película de superhéroes. Sus personajes son incapaces de superar la unidimensionalidad del género. El pobre Arthur le pegan, abusan de él, lo humillan y sigue sufriendo hasta que hace lo que toda la SoCiEdAd lo orilló a hacer. Sin embargo, en ningún momento de la película el personaje adquiere volumen y se queda tan plano como las hojas de una tira cómica semanal. Desde el comienzo, está claro que es un monstruo carente de empatía. Por eso es tan mal cómico y lo vemos un sinfín de veces tomando apuntes en su diario (una versión millennial del que usa Travis en Taxi Driver) sobre cómo ser más gracioso, cómo reacciona la gente normal, etcétera. Desde el inicio de la película intenta aprender a comportarse como un humano.
Es difícil que alguien que sólo consume historias de superhéroes identifique los errores de Joker. Existe esta obsesión de la cultura geek por validar todos sus productos como algo elevado y maduro. En el caso de los cómics es todavía más doloroso el intento, pues su modelo económico de publicación episódica los acerca más a las caricaturas infantiles. De hecho, recuerdo una escena de la película que parece un homenaje literal a las persecuciones interminables de Bugs Bunny.
Mi problema con la película es que tiene una estructura muy básica y sus personajes son más caricaturas que gente de carne y hueso. Comparo al Arthur de Joker con el Travis de Taxi Driver (1976) y la intensión de copiar su fuerza es bastante clara, sólo que incompleta. Scorsese correctamente señala que las películas de Marvel no son cine, sino parques temáticos que no reflejan las experiencias emocionales y psicológicas de la gente. La historia como producto tiene también un tiempo de vida útil en la psique popular y caduca tan pronto el siguiente producto es lanzado. Así como las películas de Marvel quedan en el olvido y son recordadas sólo cuando sale el Blu-ray o su secuela, Joker parece condenada a ser un ardid que sobrevivirá hasta que una nueva IP la reemplace en la agenda de prioridades del Q4 de Warner.
Joker se esfuerza tanto en probar que el Guasón es algo más que un villano en una tira cómica que incluso intenta eliminar —fallidamente— su dimensión de cómic; extrae recursos desesperadamente de filmes mayores, pero al final es incapaz de ser más que una película de superhéroes. No hay mayor misterio ni complejidad: el Guasón es malo porque le pasan cosas malas y está enfermo y abandonado por la sociedad. Su camino es claro y directo. Si tuviera dinero y recursos, probablemente haría algo similar a Batman, quien lidia con su propio exceso con un acto de justiciero.
Por lo demás, la película toca temas ya explorados: la ciudad hostil devoradora de hombres, los problemas mentales, la locura, la frustración sexual, emocional y social, etcétera. Lo hace de forma efectiva y con un Joaquin Phoenix inspirado y desatado. Leí críticas en las que señalan como algo negativo que nadie lo dirige y hace lo que quiere, pero justo pienso que ése es el espíritu correcto del Guasón, ¿no? La fotografía y la banda sonora ambiental, por otro lado, contribuyen eficazmente a generar una atmósfera sórdida bien lograda. La Ciudad Gótica de los ochentas sufre problemas muy modernos e incluso hay un guiño al tema del cyberbullying cuando un conductor de televisión muestra un video en el que Arthur hace el ridículo.
Más que tirarle mierda a la película, busco dimensionarla y ubicarla donde le corresponde en la constelación del cine moderno. No es una obra maestra, aunque sí es disfrutable. Quizá lo más positivo que tiene es la apropiación del hashtag #KillTheRich y el retrato fiel de un movimiento que busca poner la culpa de la inequidad donde corresponde: en los ricos que acaparan los recursos. Sin embargo, la inspiración de este movimiento es un loco lleno de resentimiento. Parece que la única forma de ser revolucionario es ser un trastocado mental y la solución a la inequidad no es redistribuyendo la pobreza, sino destruyendo todo en un torbellino de caos. La única alternativa al sistema que tenemos, parece decirnos la película, son revoluciones sangrientas inspiradas por monstruos contra los que personajes como Batman deben luchar.
Me molesta también que la película busque deslindarse de su contexto social. Pienso en cierta escena en la que Joker se presenta en un programa de televisión y dice ser apolítico. Es como el filme diciéndonos: “sólo soy una obra de ficción; no tengo opinión”. La postura recuerda a la clásica apología conservadora “no soy de izquierda ni de derecha, pero…”. En un contexto de tiroteos y supremacía blanca es imposible ignorar a este personaje con el que tantos incels, geeks y edgy men se sienten identificados e incluso justificados.
Los guiños a sus inspiraciones son obvios. De Taxi Driver toma el protagonista solitario, adicto a su medicación, registrador obsesivo en su diario, con una sexualidad retorcida e inmadura. Incluso repite la escena de la mano del protagonista fingiendo darse un tiro en la cabeza. Sin embargo, Joker no logra escapar de ese tufo a película de superhéroe: es directa y simple en sus explicaciones. “Si el corazón pudiera pensar, se pararía”, dice Pessoa, y es justo el problema con el protagonista de Joker: está tan explicado, justificado y explorado que pierde su encanto. Es como detenerse en una casa de espantos a examinar la utilería y descubrir su mala hechura. El Joker de The Dark Night, por el contrario, es mucho más sexy: es la personificación pura del caos. No tiene razón de ser ni sentido alguno. Por eso Nolan evitó ofrecer una pista sobre su origen y hace al personaje inventar varias historias sobre las cicatrices que desfiguran su rostro.
En fin, primero como tragedia y luego como farsa. Pensé todo esto mientras recogía mi basura de la sala del cine y un morro aplaudía mientras aparecían los créditos en pantalla. Deposité la charolita de mi hotdog en la basura reciclable y noté que no me habían dado popote para mi refresco. Un cartel de una película en la que Will Smith viejo pelea contra Will Smith joven adornaba el pasillo para salir de la sala. Mientras caminaba hacia la salida, leí en Twitter que Joaquin Phoenix había llevado una playera en apoyo a los derechos de los animales a la premier de la película (o algo así; no recuerdo muy bien).
Vivimos en una sociedad, amigos.
Memento mori.