12 de octubre de 1936. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, se confronta a militares e intelectuales fascistas durante la «fiesta de la hispanidad» en dicha población universitaria, entonces en estado de guerra: «¡Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha.»
25 de abril de 1995. Umberto Eco pronuncia un discurso en la universidad de Columbia en el marco del aniversario de la liberación de Europa del yugo nacionalsocialista (1945). En su intervención, publicada bajo el título «el fascismo eterno», señala algunos de sus síntomas: tradicionalismo, irracionalismo, culto a la acción, rechazo del desacuerdo y la diversidad, explotar el miedo a la diferencia, apelar a la frustración individual y social, nacionalismo, envidia, exaltación de la guerra, elitismo «popular», promesas de heroísmo, transferencia de la voluntad de opresión a la sexualidad, populismo cuantitativo y, por supuesto, desprecio a la tradición de escritura humanista.
2019. Militantes de extrema derecha utilizan Twitch y otras plataformas conocidas en el mundo del gaming para dar publicidad a sus matanzas. El atacante de una mezquita en Nueva Zelanda publica un manifiesto que consiste en un galimatías lleno de sarcasmo, diciendo que Fortnite lo «radicalizó». En una confesión más real por parte de sus conocidos, el perpetrador de dichos actos, Brenton Tarrant, es recordado en su pueblo como «un joven que creció con computadoras como sus mejores amigos, perdido en un mundo de videojuegos»; antes de su insensato ataque, grita ante las cámaras «Suscríbanse a Pewdiepie» —youtubero que se convirtió en un referente de la cultura gamer en años recientes, como si quisiera imputar a éste su masacre.
El tirador de El Paso, Patrick Wood Crusius, publica su manifiesto en 8chan, sitio creado para «acoger» a los usuarios extremos que habían sido expulsados de otros sitios imageboard; como se reconoce, su manifiesto tenía fuertes afinidades con los de otros terroristas como Anders Breivik o el propio Tarrant. Hace unas semanas, el atacante de la sinagoga de Halle, Alemania, transmitió sus actos en la sección de Twitch de CounterStrike Go, una extraña referencia que de algún modo virtualiza sus ataques, volviéndolos referencias al shooter táctico por excelencia. De pronto, empiezan a emerger patrones asociados a estos ataques: personas alienadas, con un fuerte odio por los «otros» de todo tipo, en general de ultraderecha y, lamentablemente, aficionados a los videojuegos.
Los políticos (como Donald Trump) no dudan en culpar de estas atrocidades a los videojuegos como medio, con los clásicos eslóganes que recuerdan al pánico moral de los ochentas contra Dungeons & Dragons y de los noventas contra los videojuegos. Por supuesto, dichos argumentos han quedado desacreditados una y otra vez. Pero hay un problema que debemos abordar. Se trata de cierta infiltración del «fascismo eterno» que criticó Eco en los videojuegos. Se vuelve necesario hablar del tema más allá del fácil deslinde de responsabilidades, o para decirlo mejor: entendiendo que no es culpa del medio en sí, ¿por qué grupos extremistas están intentando reivindicar para sí al gaming?
Se trata de una historia larga y complicada. Pero la esencia es simple. En todo momento, grupos políticos de todo tipo intentan mover sus agendas en cualquier círculo social, incluído el fascismo. Ciertos antídotos a dicha infiltración existen dependiendo del hobby. Por ejemplo, Dungeons & Dragons es un hobby que, aunque «geek», es sorprendentemente social; en años recientes, Wizards of the Coast ha promovido una imagen de amplia inclusión y tolerancia en su marca, además de accesibilidad. El resultado es un hobby en el que la toxicidad, aunque existente, sin duda nunca está asociada a actos políticos de violencia extrema.
Otros casos son más variables. El metal, por ejemplo, ha sufrido una constante influencia de grupos de ultraderecha. Base con citar el caso de Phil Anselmo, cantante de Pantera, involucrado en frecuentes escándalos por sus exabruptos supremacistas. Empero, como ocurre en otros casos, fuertes voces de protesta han buscado confrontar estos problemas, encarando los actos de prepotencia aunque provengan de músicos de talento; la historia política de la música es harto radical y variada, y grupos de extremos políticos se confrontan a través de ella. Por lo tanto, es curiosamente el carácter altamente politizado y la diversidad de sus puntos de vista lo que ha rescatado hasta cierto punto a la música.
El gaming es diferente en el hecho de que es un hobby que no es estrictamente solitario, pero sí puede llegar a serlo fácilmente: después de todo, la interacción principal no es persona a persona, por así decirlo, sino usuario a usuario. Cierta impersonalidad se vuelve definitoria. El rolero o el músico exponen sus personas en sus respectivos performances; el gamer no lo necesita. El tribalismo se puede volver obsesivo, y la interacción social puede posponerse indefinidamente. Elementos que son positivos en el juego, pero fascistas en otros contextos (la competencia como «guerra», la idea del héroe, la acción), pueden combinarse con los elementos ya señalados por Unamuno, siempre nefastos. Todo esto, apela a la frustración social de ciertos individuos, el odio al otro, la mentalidad tribal, la misoginia, y desencadena lo inevitable.
Para empeorar las cosas, las guerras culturales han radicalizado a las personas. Los creadores de contenidos pueden mantener ciertas ambigüedades, pero a la larga algunos de sus tópicos recuerdan tan fuertemente a los del extremismo que acaban mezclándose con las intenciones de verdaderos fascistas. Recuerdo cierto video donde, de manera algo sarcástica, Pewdiepie dice: «Una sociedad multiétnica y multicultural, eso es bueno…»; de pronto, una voz ominosa sale de un perro diciendo: «¿por qué tu país es una distopía llena de crimen, esclavizada por corporaciones? ¡qué coincidencia!». se trata de un talk point muy famoso de la ultraderecha en su país, Suecia. Pewdiepie procede a callar al perro tildándolo de racista, pero lo hace de una manera muy poco eficiente y paródica, como si simpatizara con él vía sarcasmo. Otro caso es el de Notch, creador de Minecraft (otro sueco). Ante numerosos twits que repiten eslóganes de la ultraderecha (el «día del orgullo hetero» o «its ok to be white«), Microsoft acabó deslindándose de él. Recientemente, ha tuiteado su apoyo al punto de vista de Bolsonaro en el caso de los recientes incendios del Amazonas, considerándolos «naturales y buenos para el ecosistema», a pesar de que se ha comprobado que buena parte de ellos procede de la actividad de la ranchería y la tala ilegales.
Aunque el caso de Pewdiepie es efectivamente ambiguo (el de Notch francamente no lo es), de algún modo ambos han quedado incorporados como figuras de culto o patronos indirectos para el ala extremista, como cierta justificación o eslogan. De nuevo, creo que incluso más allá de las figuras mismas, lo que estos grupos políticos tratan es de de forzar una narrativa, de reivindicar la identidad de todo el medio para sí. De algún modo, explotan ciertas debilidades y proclividades humanas y personales que podemos observar en la lista de Eco y atacan para trasladar a las personas hacia sus valores. Este es el verdadero peligro. Ante esta arremetida cierta politización es inevitable, aunque no creo en el sentido de convertir al medio en un portavoz de una visión política «correcta» (moralización), pero sí creo en convertirnos en acerbos críticos y opositores de la eventual destrucción del medio por la política fascista.
El fascismo podría definirse como la pulsión por destruir la civilización humana: «Muerte a los intelectuales, muera la inteligencia, viva la muerte» gritaba el general fascista José Millán-Astray a Unamuno. Al propio Unamuno se le atribuye, quizás de manera apócrifa, que «el racismo se cura viajando, el fascismo leyendo». Hoy en día los fascistas viajan y leen. Pero nunca han dejado de odiar la civilización, que es el encuentro con el otro. Románticamente, lo que propongo es asumir que somos depositarios de la civilización misma, aún en nuestros actos simples, nuestras preferencias, nuestros pasatiempos, pues todos ellos son hijos de la civilización, la cultura y la técnica. Hay que decir aún más de lo que dijo Unamuno («venceréis pero no convencereis»): hay que decir «ni convenceréis ni venceréis». En ese sentido, se trata de mantenerse alerta: la bestia acecha, y la única solución es una gran vigilancia, pues como sentencia Eco, «el fascismo eterno puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo».
PhD Candidate, Social Anthropology University College London.