La muy odiada y controversial figura de Jordan B. Peterson recientemente ganó relevancia en ese extraño e indefinible círculo en el que la cultura pop y la academia se encuentran. Fuera de los ámbitos académicos más respetables, existe un semimundo de rockstars que, en una relación un tanto difícil con las instituciones, buscan y frecuentemente obtienen una influencia más amplia que la que ofrecen los canales más formales de la alta academia. Justamente, el reciente debate entre Slavoj Zizek y Peterson (realmente hecho a petición popular) representó el encuentro de dos figuras que, desde posiciones ideológicas opuestas, coinciden en una especie de fama rockstar que sería imposible pensar desde las posiciones más ortodoxas y «respetables», y que no debe poco a la capacidad de ambos para persuadir a sus audiencias. En cierto modo, el debate fue una versión estilo «primero tragedia, luego farsa» del famoso debate Chomsky vs. Foucault de los setentas.
No discutiré aquí los resultados del debate, que fue un tanto inesperado y algo decepcionante para los que querían posiciones más encontradas. En su lugar, Zizek y Peterson coincidieron en mucho; incluso en cierta crítica a Marx y a ciertos sectores izquierda contemporánea, un tema sobre el que valdría la pena volver más adelante, pues demuestra que, en gran medida, las posiciones del debate político se han desplazado. Empero, uno de los resultados más importantes del debate fue ver que Peterson partía de una total ignorancia de los filósofos/movimientos a los que ataca, ofreciendo la cándida confesión de nunca haber leído a Marx, cosa que, por supuesto, lo descalifica completamente como intelectual de calibre.
No, en lugar de analizar el intercambio quisiera dedicar este ensayo al hecho de que, a diferencia de Peterson con Marx, yo sí me tomé la molestia de leer el espantoso libro que le ha dado tanta fama a Peterson: 12 Rules for Life. No gané nada con su lectura, pero es un documento fascinante en la psicología del conservadurismo anglosajón (en su caso, canadiense). Sin embargo, tampoco vale la pena mucho detenernos en las ideas de Peterson, que son simplemente un amasijo de un pseudo-Nietzsche biologicista, un pseudo-Jung y mucho conservadurismo anglo. Una buena caricatura de las mismas sería decir que Peterson es una especie de versión viviente del villano de La forma del agua: un red blooded anglo, racista y tradicional en muchos sentidos, brutal «cuando es necesario», obsesionado con el éxito a toda costa… aunque Peterson sería el ideólogo y el personaje sería más como el ideal de vida.
Realmente no hay mucho que rescatar en la galería de horrores intelectuales del pensamiento de Peterson, pero sí hay una sola anécdota que me parece significativa, pues dice mucho no sólo del personaje sino del meollo del asunto no sólo de su libro sino de nuestra época. En algún punto de su libro, Peterson toma el tema nietzscheano del resentimiento, y lo ejemplifica mediante la anécdota de su amigo Chris. Peterson saca a relucir el tema de las relaciones entre blancos e indígenas en Canadá (marcadas por la hostilidad, la injusticia y la violencia), y cuenta de manera cándida muchas anécdotas horrorizantes: por ejemplo, cómo a su papá le gustaba humillar verbalmente a sus amigos indígenas, etcétera. Peterson de algún modo justifica desde su perspectiva estos actos al hablar del bullying que sufrían él y sus amigos al entrar en frecuentes peleas escolares con los jóvenes de las llamadas primeras naciones. Al recordar esto, nos introduce a la figura de su amigo Chris, el cual tenía una perspectiva distinta a la de Peterson y sus conocidos:
Cuando mi amigo Chris entraba en peleas con chicos indígenas, no peleaba. No creía que su auto-defensa estuviera moralmente justificada, así que simplemente dejaba que le pegaran. «Tomamos sus tierras», decía, «eso estuvo mal, por eso están enojados».
A partir de esto, Peterson construye cierto retrato paralelo: por un lado, su amigo Chris, preocupado por hechos como la colonización de Canadá, la destrucción del planeta y los estereotipos de género del mundo anglosajón, y, por el otro lado, él mismo, que justamente debe su éxito a ignorar estos problemas, llamando a la gente que intenta adquirir alguna actitud distinta sobre los mismos como «resentidos». Y en verdad, en el relato, Chris va de mal en peor: intenta encontrar soluciones en la filosofía budista, se convierte en un escritor, pero al mismo tiempo tiene una posición mucho menos privilegiada que Peterson y lidia con muchos problemas psicológicos. Chris entra en el nihilismo:
Cuando era un estudiante de licenciatura (undergrad), Chris fue my roomie. Una noche fuimos a un bar. Caminábamos a casa. Empezó a cortar los espejos de los autos en el estacionamiento. Le dije: «déjalo, Chris, ¿qué bien puede hacer a la gente que es dueña de estos autos miserables?» Me dijo que todos ellos eran parte del proceso frenético de actividad humana que estaba arruinándolo todo.
Finalmente, en algún punto del futuro, Chris, que había encontrado un trabajo estable pero había vivido una vida muy dura, se suicida mediante envenenamiento con el monóxido de carbono de su automóvil. De algún modo, Peterson usa este episodio como una especie de justificación de la fábula de su libro: a pesar de nuestros problemas e inseguridades, hay que ser fuerte en todo momento, hay que ignorar los ambages morales resultados del resentimiento, y hay que intentar tener éxito en un sistema altamente injusto, pero que podría destruirte si buscas cambiarlo. Más aún, los intentos radicales de mejorar el sistema son peligrosos: es mejor, por tanto, concentrarse en mejorar tu pequeña vida («limpia tu cuarto») y tener éxito, aunque sea en un mundo carente de justicia o sentido.
Discutiendo el asunto con un amigo inglés, me dijo: «definitivamente Chris era más interesante que Peterson». En cierto modo es cierto. Chris, quizás más afín a lo schopenhaueriano/nihilista/budista, era capaz de entender los motivos de otros y empatizar con el sufrimiento; pero esto vino a un gran precio para él. Pero la solución de Peterson, que es como un nietzscheanismo burdo, también es incompleta/cobarde. O más bien, para decirlo así, tener éxito en un sistema diseñado para ello no es una indicación de fuerza: simplemente no has enfrentado la nada. El héroe es realmente el que puede ver el nihilismo para después atravesarlo y soportarlo, creando nuevos valores o más bien, una nueva forma de experimentar el valor. El amigo del doctor Peterson era lo bastante fuerte como para ver el abismo, pero necesitaba ayuda para cruzar, por así decirlo. Es cierto que en la vida real Peterson no sólo no quería sino que quizás incluso no podía hacer mucho por el destino individual de su amigo. Pero justamente, en parte, uno se pregunta si una filosofía o una doctrina psicológica, aún en el sentido más básico de «autoayuda» (en parte, la filosofía de autores serios como Nietzsche o Schopenhauer lo es), podía hacer algo por él. Esa es la verdadera tragedia.
Realmente, la gente obsesionada con las cosas que Peterson promueve como los objetivos deseables de la existencia (su idea del «hombre langosta» o jerarquía biológica de fuerza) simplemente no necesita mucha filosofía para lograr nada de lo que se propone, porque es el estado normal de las cosas. El problema es tener objetivos más allá del éxito inmediato o de la aceptación del entorno. Ése es el problema verdadero para alguien que pueda tener miras más amplias. En una lectura superficial, se diría que Chris murió porque cayó en las garras de la «moralidad nihilista» (que los conservadores ahora identifican, de manera un tanto demencial, con la izquierda); esa sería la lectura conservadora o reaccionaria de Nietzsche. Pero creo que el verdadero punto de Nietzsche es que no debemos actuar sólo a partir del aspecto reactivo de un impulso. Se quiera lo que se quiera, debe siempre actuar desde la afirmación.
La progresión de figuras del nihilismo al superhombre en Zaratustra implica, sabemos, tres figuras: el camello, el león y el niño. El propio Peterson lo sabe, e incluso ha creado una definición nietzscheana de la felicidad, diciendo que la felicidad es «encontrar la mayor carga que puedas, y sobrellevarla». Esto es cierto, pero sólo hasta cierto punto. Más allá del camello, que es la figura que sobrelleva el nihilismo, están el león (el espíritu del combate), y el niño, que es el renacimiento del tiempo; es decir, la experiencia humana más allá de los valores existentes. Aleister Crowley, por ejemplo, recibió una fuerte influencia de Nietzsche en su idea de Horus, pero esta idea no es sólo ética, sino incluso «cronológica»: se trata, ante todo, de encontrar el devenir creador de lo nuevo en el «eterno retorno» de lo idéntico.
Zizek y Peterson coincidieron en una crítica a la «corrección política» en su debate, y el nuevo cúmulo de ideas y corrientes que ha surgido en el horizonte se ha convertido en un tema fuerte, tanto para los derechistas como para las viejas izquierdas. ¿Son las nuevas reivindicaciones del feminismo, la descolonialización y la ecología, mera «corrección política»? Yo no lo creo, aunque en esto se nota que no soy de la generación de Zizek y Peterson, en la que de algún modo había un consenso cultural en que tanto izquierda como derecha se daban la mano (pues sus intelectuales eran mucho más cercanos entre sí por factores culturales, trasfondo económico y étnico de lo que hoy existe), mientras que en nuestra generación hay una evidente ruptura, a veces insalvable, en muchas líneas, que ha generado malestar. Empero, debido a mi edad y contexto, muchas de las nuevas corrientes resultan distintas a aquello con lo que crecí, en un mundo con una izquierda más tradicional y simple. Pero lo que recomendaría a aquellos que quieren cambiar el estado de cosas existente (sin duda injusto e irracional), como antídoto psicológico al sufrimiento que implica esa lucha, que no hay que actuar simplemente por la convicción o por el código de lo que creemos justo, aunque estemos de acuerdo con él (como lo estoy con marxismo, feminismo y ecologismo, por ejemplo): ése es justamente el camino al resentimiento, al chocar frecuentemente con la «nada» del estado de cosas.
Para actuar más allá del nihilismo, hay que experimentar el propio poder y creer en él: ofrecer ese poder a los otros como creación y no como reacción. Porque justamente el poder consiste no en pedir a los otros poder, sino en dar poder a otros. Por tanto, se debe crear, incluso cuando estemos corrigiendo y resarciendo. Por otro lado, a aquellos, desde el lado conservador (y hay muchos, aún en las izquierdas) que están incómodos con los tiempos actuales, recomiendo mucho ver al otro y, en lugar de resistir todo el tiempo a él, intentar ver las cosas con sus ojos. A veces, hay un poder mucho más fuerte en asimilar otras existencias y experiencias que en el mero acto de renegar de ellas: en parte, en ello consiste la juventud del mundo, en ser un receptáculo de todas las fuerzas, en imitar a la «inocencia del devenir». En fin, esto no tiene mucho más contenido que decir: cree en ti mismo; en especial se lo digo a los que quieren cambiar las cosas, porque al parecer la opresión siempre cree en sí misma. A veces, como el caso del amigo del doctor Peterson lo demuestra, se necesita mucha fuerza para llegar filosóficamente a la afirmación.
PhD Candidate, Social Anthropology University College London.